Debo confesar, en este momento, que nunca aprendí a despedirme. Mis canciones siempre hablaron de despedidas, adioses cantados a nadie, protocolos de lo perdido que vacilan en las cuerdas de una mirada que espera. En mi corazón hay una silla, siéntate un momento y aprenderás a irte, entonces me enseñarás a seguir esperando, como se esperan los trenes a media tarde, con la paz de un final continuado. Venimos creyendo en la necesidad del viaje, ¿Cuántos lugares no fueron tu lugar? Siempre cortando raíces en suelos cercanos, «Si me encuentra algún futuro no permitan que me lleve», escribía mientras dibujaba tres aviones temporales. El fin es un paréntesis que me encierra cada vez que decido no quedarme. Si me encuentra algún futuro, déjame abrazarlo con ganas, lo estuve esperando en cada despedida que no supe celebrar.