02/01/23: Ya son dos meses.
Hasta ahora me sigo preguntando que me hace ser una persona que volvió, las pretensiones del que regresa a casa, comienzan con volver a sentirse parte de esta, cambiar pasos al frente por un abrazo postergado y hacerse partícipe del reposo necesario de quien, hoy, no quiere huir de nada. Volví a tu abrazo, los abrazos de la desmemoria tienen un sentido diferente, nos preguntamos si ellos logran cruzar el portal de lo olvidado para dar fe de que estamos aquí, en la mirada curiosa de quien reconoce alguna respuesta en un rostro familiar.
Seguimos caminando por las tardes. El licenciado descalzo, al que regañabas por deszapatado, ha vuelto a sus andanzas de errante por propia convicción, aunque en el medio del camino no haya para mi una mecedora cerca de donde tejes y un caso cerrado en la televisión, aún así, seguimos pasando por la casita blanca y azul, solo para asegurarnos de que nada permanece en su sitio.
Tu pueblo sigue igual, decidimos creer que nada cambió demasiado, solo nosotros y el itinerario tardío que nos hace encontrarnos cada tanto, la ruta de lo nuestro y ese abrazo siempre necesario. Estamos en paz con lo encontrado día a día, con lo que amanece y despierta aquí, tan lejos del mundo, como cerquita del mar. Quiero que sepas que este sigue siendo mi lugar.
Te cuento que, cinco años después, volvimos a ver el primer amanecer del año desde nuestra orilla. Hay tanto amor en esto, que podría prometerte que nunca lo miraré desde otro lugar, pero los caminos siempre tienen sus cartas circunstanciales bajo la manga, y resulta imposible tener certeza del donde seremos en el futuro menos inmediato. Mientras se pueda, aquí estaré para nosotros.
