Este blog lo comencé un mes antes de salir de mi país, ya serán poco más de tres años. La idea principal era llevar un registro de mi nueva vida lejos de casa, las pretensiones estructurales estaban lejos de ser parte de lo que aquí se hablaría, el intento del poeta quedaría en una barba desaliñada y alguna boina de corte inglés que perdí y siempre extrañé. Angelino pan y vino tendría que ser el Angelino de Facebook (el jocoso de los memes), no el de Twitter (el que al parecer se quiere matar). La frescura de mi incipiente mundillo escrito vendría dada por la espectativa de un futuro cambiante, rápidamente me di cuenta que no era tan difícil hablar en tono esperanzador cuando se tienen esperanzas… Cosa rara eso de tener esperanzas.
El camino se hizo en julio y llevaba su nombre, con «j» de «jodido» y, justo al cruzar, una «o» de «orrible frío», tan horrible que se comía las haches, desafiante ante las leyes de la gramática y los cuerpos tropicales. El invierno también fue un abrazo, como toda bienvenida, un abrazo a media luz, como esos abrazos que borran la frontera de los cuerpos… Entonces me hice invierno, «sin luz, como todos los inviernos» (canta Silvio). De forma natural y progresiva se fue abandonando la frescura de aquel comienzo, llega mi primer cumpleaños lejos de todo, son veintiocho, entonces ofrezco mis disculpas a Jim Morrison por seguir vivo… Que alguien me quite lo rockstar, no es bien visto el andar soñando en horarios de oficina.
Volvimos al lenguaje cifrado de quien pretende no ser comprendido, me llené de pasto, fui un satélite, un caracol suicida, me pregunté para que servían las dudas y cuál era la religión de los que extrañan… Ninguna conversación casual se ha pasado por aquí en años, lo cotidiano es indigno en el festín de lo que queremos seguir siendo. Esta conversación está cifrada de extremo a extremo, nadie entenderá que aquí anduvimos sin esperanzas.
*Angelino toma vino para olvidar todo lo que ha vendido por ganar el pan*