Después de un chiste, de esos que era común echara en cualquier situación imaginable, no pude más que abrazarle, llorar y decirle que no podría saber que haría sin él en mi vida. Ayer tuve un sueño en el que abrazaba a mi abuelo, el viejo Lino Céspedes, ya hace trece años que no está y, pues, resulta que al final sí supe que hacer sin el: vivir. Siempre toca continuar, algo que siempre me digo, da capo y sin matices, de nuevo y casi vacíos. Siempre hay un día después, del sueño y de la verdad, errantes igualmente, ¿Y si en verdad no supe continuar? ¿Y si es él esa nostalgia que siempre me acompaña? una nostalgia que se ríe de todo pero nunca deja de ser triste, una nostalgia amante de la vida, asi cómo la mirada de mi viejo al hablar de la brisa de su pueblo, y pasa que cuando me preguntan de donde soy me cuesta contestar, porque siento que soy de donde es mi viejo, de su tierra y de su brisa. Este sueño no es un evento extraordinario, resulta que regularmente sueño estas cosas, y no es sólo él, también está mi tío, también está mi hermano, también están mis primos, están todos esos que se fueron definitivamente y a pesar de ellos aprendimos a seguir caminando. Tanto me enseñaron que ahora me doy cuenta que hasta aprendí a seguir sin mi, a dejarme a un lado, descalzo y en una playa, borracho y con guitarra, contento y sin futuro. Abrázame y no me hagas caso, resulta que despierto tengo otra vida donde no estás, una vida real donde no debo coexistir con mis deseos reprimidos, y resulta que es menos triste que esta vida onirica en donde me toca despedirte mil veces, no hagas caso a mis palabras, claro que sabría que hacer si no estás, te digo: intento ser feliz, toco guitarra y canto, hago chistes sobre todo y se me quiebra la voz al hablar de nuestra brisa Paraguanera.